domingo, 26 de febrero de 2012

Los Visigodos (II Parte)

   El plan de Ataúlfo era organizar un dominio en torno a las provincias Tarraconense y Narbonense, a uno y otro lado de los Pirineos. Pero las derrotas le habían acarreado demasiados enemigos entre sus propios nobles y fue asesinado a traición en el establo de su palacio por un esclavo.

   Tras el corto intermedio de Sigerico (una semana), subió al trono otro caudillo de mentalidad batalladora, Valia, quien sin embargo tuvo la inteligencia de no dirigir sus ímpetus contra Roma y en el año 416 canceló las hostilidades, fue nombrado magister militum en Hispania y dedicó dos años (416 y 417) a campañas por la Península en las que eliminó sin piedad a los alanos de las provincias Cartaginenese y Lusitana y a los vándalos silingos de la Bética. El gran éxito godo esta vez sí fue compensado: en el año 418, se le concedió a Valia un reino que comprendía la mayor parte de Aquitania, con capital en Tolosa. Comenzaba así la época dorada de la expansión visigoda.

   El fallecimiento de Valia ese mismo año proyectó hacia el trono a su sobrino Teodorico que mostró también un carácter emprendedor y arriesgado. Su fértil reinado de 33 años tuvo un final abrupto cuando, en el año 451, al lado del ejército romano, se enfrentó a Atila en la famosa batalla de los Campos Cataláunicos.


   De entre la amplia prole de Teodorico (5 hijos) el menor, Eurico, sería el que más heredaría el talante conquistador de su padre, expandiendo el reino de Tolosa, tras tomar el poder en 466, matando a uno de sus hermanos mayores (Teodorico II). En el 472/473 envió a la Península dos cuerpos del ejército, que entraron por los Pirineos para formar una tenaza contra el reino suevo. Uno de los ejércitos penetró por Navarra y se apoderó de Pamplona y César Augusta (Zaragoza), mientras el otro llegaba por el litoral y conquistaba Tarragona, la gran urbe romana en la costa mediterránea. También destacó como legislador con el llamado Código de Eurico, el primer compedio de leyes escrito por un pueblo godo para organizar su propia gobernación. Las iniciativas militares de Eurico fueron un éxito, al cual contribuyó el desmoronamiento del Imperio Romano, que  cayó a manos de los Hérulos, cuyo caudillo Odoacro depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, en el año 476.

   Pero pese a todo esto, los visigodos quisieron mantener sus señas de identidad con respecto a la inmensa mayoría de la población indígena galorromana e hispanorromana y para ello exaltaron el sentimiento nacional godo, manteniéndose fieles seguidores de la herejía arriana, llegando incluso a prohibir los matrimonios mixtos de godos con romanos.  Frente a esta actitud de separación por parte de los visigodos, el pueblo de los francos, que se había establecido en las tierras altas de la Galia en torno a Lutecia (actual París) hacia el 460, había puesto en marcha una política bien diferente. Su rey Clodoveo había propiciado enseguida el abandono del arrianismo y la unificación con el pueblo galorromano. Ante esta situación, los obispos católicos del sur de la Galia tramaron una conspiración contra el reino arriano visigodo de Tolosa, acercándose a los francos.



   El sucesor de Eurico, Alarico II, intentó reaccionar promulgando una nueva ley, el Breviario de Alarico, el cual contenía una serie de normas del derecho romano que venían a llenar el vacío que presentaban las leyes germánicas, además de ser un gesto de acercamiento a la mayoría indígena católica, que no cuajó. Con todo, los francos aliados con los católicos del sur de la Galia, atacaron a los visigodos y los vencieron en la batalla de Vouillé en el año 507. Alarico II murió en el combate y los visigodos perdieron casi todas sus posesiones en la Galia, sólo consiguieron mantener la provincia de la Septimania, una estrecha franja costera entre los Pirineos y la Costa Azul francesa. No obstante, esto tuvo una consecuencia muy importante: desencadenó la entrada masiva de los godos en Hispania y el traslado de la capital de su reino a Barcelona y, más tarde, en el año 551, a Toledo.



Valia            (415-418)
Teodorico I  (418-451)
Teodorico II (451-466)
Eurico          (466-484)
Alarico II     (484-507)

 

sábado, 18 de febrero de 2012

Los Visigodos (I Parte)

¿Quiénes fueron realmente "Los Visigodos"?¿Qué importancia tuvieron en España?
Desde mi blog, intentaré responder a estas y otras preguntas sobre tan misterioso y oscuro pueblo.

Los godos andaban siempre buscando una "tierra prometida" para su numeroso pueblo. Es lógico, por tanto, que sus primeros monarcas fuesen hombres de conquista, así, surge el primer rey visigodo de importancia, Alarico, que no aparece en la lista de los reyes godos porque nunca pisó España, aunque sin él no hubiese sido posible que su pueblo lo hiciese.

Como ambicioso aristócrata y caudillo godo que era, pugnó para que Roma le entregasé unas tierras que pudiera convertir en reino autónomo. Primero invadió Grecia (395) y luego Italia, en varias ocasiones, hasta ocupar finalmente Roma en el año 410. En la ciudad santa dio órdenes de saquear todo menos los templos cristianos, así como de respetar también los monumentos más significativos. Un comportamiento poco "bárbaro", que obedecía a la idea que acariciaba de convertirse él mismo en emperador. Con ese propósito, tomó como rehén a la princesa Gala Placidia, hija del emperador romano Teodosio el Grande.

Enardecido por sus victorias, pero necesitado de alimento para su ejército, se dirigió hacia Sicilia y la invadió sin ningún escrúpulo. Su siguiente objetivo era África, gran proveedor de alimentos del Imperio Romano, así que armó una flota, pero como los visigodos eran muy malos marinos, en una tormenta se echaron a perder todos los barcos y, junto a ellos, su sueño imperial. Después le sobrevino la malaria y murió en el 410.

Su sucesor fue su cuñado Ataúlfo, no menos aguerrido pero más pragmático, que renunció a la escalada de tensión con Roma. El por entonces emperador de Occidente, Honorio, también era consciente de no estar en la mejor de las situaciones y se avino a ceder un territorio a los visigodos si le devolvían a Gala Placidia y, sobretodo, si le ayudaban a recuperar el control del sur de la Galia, sumido en el caos por la merma del poder militar de Roma, y de Hispania donde había empezado a introducirse el emperador Constantino (general romano que aspiraba convertirse en Rey).

La aparición de los visigodos en el escenario galo aceleró la derrota del rebelde. Pero, cuando llegó el momento de compensarles por los servicios prestados, Honorio se negó a pagarles y Ataúlfo se negó a devolver a Gala Placidia, comenzando una nueva guerra. Durante el año 413, demostró su valía militar apoderándose de Narbona, Tolosa y Burdeos.

La princesa Gala Placidia volvió a convertirse en un factor clave, Ataúlfo la desposó para crear una dinastía mixta (romano-goda) con legitimidad entre ambos pueblos para reinar. La brillante ceremonia nupcial, celebrada en Narbona en 414, acabó de enervar a Honorio, quién ordenó armar un nuevo ejército poniendo cerco a Ataúlfo, que, ante el asedio a Burdeos, donde se encontraba, la hizo quemar y ordenó a su mujer, embarazada de su primer hijo, cruzase los Pirineos hacia el sur con su séquito. Él hubo de seguirla poco después, tras no poder mantener sus posesiones. "Los godos entraban en España".





Alarico I (395-410)


Ataúlfo (410-415)



Gala Placidia con sus hijos, Valentiniano III y Honoria

domingo, 12 de febrero de 2012

El Barbaricum, las tribus germánicas: Visigodos, Suevos, Vándalos, Alanos y Hérulos.

A comienzos del siglo I, cuando el emperador Augusto fracasaba en su intento de conquistar Germania y sus legiones eran masacradas en el año 9 en la selva de Teotoburgo, un pueblo de origen germánico con origen en la isla de Gotland, en la costa sueca del mar Báltico, comenzaba un prodigioso viaje migratorio que duraría más de cuatro siglos. Este pueblo era la tribu de los godos, así llamados por los historiadores romanos, que en el siglo I se estableció en las costas  de la actual Polonia para recalar, a comienzos del siglo III y tras atravesar Europa central y oriental, en las llanuras de Ucrania. Allí se asentaron los godos durante siglo y medio hasta que, en el año 375, un pueblo descrito en las crónicas de la época como "el más feroz de su tiempo", los hunos, apareció desde las profundidades de las estepas de Asia Central y los empujó hacia las fronteras del Imperio Romano.
Despavoridos ante la llegada de los hunos, los godos irrumpieron en los dominios de Roma y derrotaron a los romanos en la batalla de Adrianópolis, en el año 378. La conmoción fue tremenda. Pocos años después, en 410, los visigodos, una de las dos ramas en las que se dividió la tribu de los godos (la otra fue la de los ostrogodos), saquearon la mismísima ciudad de Roma. Con motivo de ese acontecimiento, san Agustín, el obispo más célebre de comienzos del siglo V, anunció de manera solemne: "Esto es el fin del mundo".

El final de una época. Los intelectuales romanos de la época eran conscientes de que su Imperio se estaba acabando, y de que la llegada de los bárbaros suponía el final de su mundo y el comienzo de una nueva época.
Empujadas por los asiáticos, por el hambre y por el afán de riqueza, numerosas tribus bárbaras siguieron a los visigodos, y el Imperio Romano, ya partido en dos mitades, no tuvo más remedio que pactar con algunas de ellas y dejarlas que se establecieran dentro de sus fronteras.
Los visigodos, tras saquear Roma, se dirigieron hacia occidente y se instalaron en el centro y sur de la actual Francia, recibiendo tierras a cambio de paz. Se convirtieron así en tropas federadas del Imperio, e incluso llegaron a defenderlo contra otras tribus bárbaras, como ocurrió a partir del año 427, cuando intervinieron a favor de Roma en tierras de Hispania y combatieron a suevos, vándalos y alanos, con su caudillo Teodorico I al frente. Desde entonces comenzaron una lenta pero incesante penetración en esta provincia. Y de nuevo lo hicieron en 453, en la batalla de los Campos Cataláunicos, cerca de la ciudad francesa de Poitiers, donde lucharon aliados con el ejército romano contra los hunos de Atila.
Conforme el poder romano se desvanecía en Hispania y en la Galia, los visigodos lograron asentarse en el sur de Francia y fundar un Estado con centro en la ciudad de Tolosa (Toulouse). Cuando en el año 476 el caudillo Odoacro, jefe de la tribu germana de los hérulos, depuso al último emperador de occidente, el desdichado Rómulo Augústulo, hacía varias décadas que la Galia y media Hispania habían dejado de ser una parte del Imperio para quedar sometidas al dominio visigodo. Desaparecido el Imperio, la única autoridad que permaneció en Occidente fue la de los reyes germanos, los obispos católicos y los grandes terratenientes.